déjame decirte que la primera vez que me enamore, tenía las manitas frías, como cualquier día de invierno a las 7 de la mañana, recuerdo que era un día de esos bonitos, mamá coloco un sandwich de mayonesa, sin jamón o atún, solo de mayonesa, y lo cubrió con una servilleta rosa, de esas de las modernas, lo acomodo en mi lonchera de plástico barato de la sirenita, podía jurar que olía a chicle, pero nada barato puede oler tan rico, ese día había gastado 15 minutos la nana en peinarme con el cabello para atrás, para cuando se me seco el gel ya estaba con el cabello en la cara y la coleta deshecha, no lograba entender como el caos giraba entorno a mi vida de esa manera tan adorable, como la primera vez que vi como sonreía, al fondo del salón, con unos dientes grandes como de conejo y unos ojos pequeñitos como de ratón.
su lonchera olía como a los juegos de mcdonalds, y se le había perdido el crayón color marrón, yo creía que el se lo había comido, pero me dijo que se le perdió una vez que corrió por todo el salón, los niños están locos, me lo digo todo el tiempo, por eso me caen mejor, el dibujaba con prisa, como si quisiera ver como los dinosaurios se regeneran con cada pincelada y gruñe chistoso cuando se equivoca de color, a veces quisiera que me invitara a jugar con el en los columpios, pero se va lejos, con los otros niños, y mientras yo me quedo a mirar el libro del espacio, que tiene muchas letritas, algunas que dicen sol, luna y estrellas, ese libro que me gusta mucho, es como una colección de perlitas pegadas en terciopelo azul marino, pero mejor porque no se pierde, yo como pierdo todo mejor me quedo contemplando el espacio, porque se que ese nunca se va a ir, como cuando el se fue, un día de pronto ... antes de las 10 de la mañana, su mamá llego, hablo con la maestra y jamás volvió.
nunca jugamos juntos fuera del salón.
